Un irreductible Real Madrid resiste el vendaval del Manchester City y sella el pase a semifinales de Champions

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Los jugadores del Real Madrid celebran el pase a semifinales (REUTERS/Carl Recine) (Carl Recine/)

Con el Madrid de por medio, el fútbol es una tediosa mentira. Ni el ilusionismo sublime del mejor Houdini podría competir con este hechicero Real. El Madrid es una locura. Un equipo que, por imposible que parezca, ha mejorado la chistera en cada eliminatoria de Copa de Europa que avanza. Ningún equipo ha ganado tanto sin ser aparentemente el mejor tantas veces. Lo del Manchester City y Real Madrid tiene ya el carácter de saga legendaria, después de tres eliminatorias seguidas entre los dos últimos campeones, resueltas todas de maneras diversas, extremas, angustiosas y emocionantes. Una remontada increíble en una prórroga, una goleada de época y una tanda de penaltis.

No hay explicación racional a lo ocurrido en el Etihad más que la resiliencia del Rey de Europa para sobrevivir al bombardeo constante del campeón. De Manchester salió vivo por coraje (de Carvajal, especialmente), por oficio, sacrificio y por portero (Lunin resultó un muro inesperado). El Madrid marcó pronto, le empataron tarde y tras un larguísimo asedio, alargó el pleito heroicamente hasta la prórroga para convertirse en semifinalista en los penaltis. La rutina del indestructible, que gana eliminatorias sin ganar partidos.

El Manchester City sumó hasta 33 llegadas al área, tuvo el dominio abrumador de la posesión, las ocasiones, manejó el ritmo del partido, pero no le alcanzó más que para igualar el tanto inicial de Rodrygo y forzar los penaltis, donde toda la mística blanca se humanizó en los guantes de un Lunin que no dudó. El que fuera tercer portero en la lista de Ancelotti a principios de curso, ha escrito su nombre con letras doradas en la historia del club madridista. Suplente de Courtois primero, de Kepa después, en casa del vigente campeón y mejor equipo de Europa, ante Bernardo Silva, con la presión del fallo Modric… Nada de eso le pesó a Lunin que detuvo el penalti del portugués después de mantenerse en pie hasta última instancia, una gran metáfora de lo que es el Real Madrid en Champions.

La última entrega de la mayor rivalidad de la década tuvo un final de traca para una noche que empezó al ralentí. La cosa salió al principio como decía la pizarra, con un periodo breve en el que el City avanzaba centímetro a centímetro, aguardando a que se desordenara el Madrid, que iba a buscarle arriba, pero sin precipitaciones. Hasta que acertó el Real, y desde ese punto ya no hubo vuelta atrás. Se derramó la pócima de otra noche épica de Champions. Bellingham doma el globo caído del cielo, abre a Valverde que ve la subida de Vinicius, quien cede a un Rodrygo que tiene que marcar hasta en dos ocasiones el gol porque Ederson realiza una parada milagrosa al primer envite. ‘Qué hay de nuevo’ volvió a decirle el brasileño a los de Guardiola.

En ese momento apareció ese City sádico de hace un año que utiliza el balón como instrumento de tortura. Él lo maneja, el rival no lo ve pero lo sufre. Una sucesión de córners fue el primer plato. Dos cabezazos de Haaland, uno de los cuales se columpió en el palo, el segundo. En esta ocasión sí se servía salmón noruego en el área blanca

Julián Álvarez fabricó el primero; falló Modric; Bernardo Silva regaló la igualada; no lo desaprovechó Bellingham; erró Kovacic; Lucas Vázquez acertó -emulando la forma de tirar de Jude-; Foden no falló; tampoco Nacho; Ederson -han leído bien, Ederson- dio vida a su equipo y Rüdiger la aniquiló y firmó la sentencia de muerte del Manchester City.

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