Virginia Woolf fue una de las escritoras británicas más destacadas del siglo XX (Getty Images) (Central Press/)
Virginia Woolf, nacida como Adeline Virginia Stephen, se suicidó el mediodía del 28 de marzo de 1941, en Lewes, ciudad ubicada al oeste del condado Sussex, en Inglaterra. Tenía 59 años, había publicado más de 20 libros, obras de teatro, artículos periodísticos, biografías y cuentos. Gozaba de una gran popularidad y era ya una figura reconocida en la literatura moderna inglesa del siglo XX. No solo por sus famosas novelas (“La Señora Dalloway”, “Orlando”, “Al Faro”, entre otras), sino también por su trabajo en la editorial Hogarth Press -que había puesto en pie junto a su marido, Leonard Woolf- y por su declarado feminismo, plasmado en su extensamente comentado ensayo “Un cuarto propio”.
Pero, el mediodía del 28 de marzo salió de su casa a la hora del almuerzo. Llenó de piedras los bolsillos de su abrigo, y se arrojó a las profundidades del río Ouse. Su cuerpo fue encontrado tres semanas después, cuando unos niños lo vieron flotando. Durante su cremación, sonó “Bendecidos espíritus”, del Orfeo de Gluck. Su esposo enterró sus cenizas en el jardín de la casa donde vivió sus últimos días, al pie de dos grandes olmos cuyas ramas se entrelazaban y a los que el matrimonio habían bautizado Leonard y Virginia. En enero de 1943, un fuerte temporal derribó uno de los árboles.
Diversos trabajos de investigación científica que estudiaron sus novelas y diarios personales relacionaron el padecimiento de Virginia a la psicosis maníaco-depresiva (llamada, actualmente, trastorno bipolar). A pesar de que esto no pudiera comprobarse a ciencia cierta, acumulaba ya dos intentos de suicidio.
El primero había sido en 1904, cuando se lanzó desde una ventana, afortunadamente baja, poco tiempo después de la muerte de su padre, Leslie Stephen. Para esta altura de su vida, ya había sufrido grandes pérdidas. En primer lugar, la de su madre, quien falleció cuando tenía 13 años, en 1895. Su muerte fue un golpe duro. “Parecía que estuviéramos sentados, todos juntos, tristes, solemnes e irreales, envueltos en una niebla de pesada emoción. Parecía imposible escapar”, escribió. Dos años después, murió su hermana mayor, Stella, cuando estaba embarazada. Y en 1906 falleció a los 26 años de tifus su hermano mayor, Thoby, con quien tenía una entrañable relación.
Virginia Woolf comenzó su carrera en 1904, con la publicación de críticas literarias y biografías. (Wikipedia)
Es importante señalar que tanto Virginia como su hermana, Vanessa, sufrieron el abuso de sus hermanastros (hijos de su madre) George y Gerald Duckworth. Esto fue confirmado por el sobrino de Virginia, Quentin Bell, quien escribió la biografía de su tía (“Sintió que George había arruinado su vida antes de que comenzara”). Y por Virginia misma, en sus textos autobiográficos.
En “Apuntes del pasado”, escrito dos años antes de su muerte y publicado de forma póstuma, contó: “Junto a la puerta del comedor había una repisa para poner platos. Una vez, cuando yo era muy pequeña, Gerald Duckworth me puso encima de esta repisa, y mientras yo estaba sentada en ella, comenzó a explorar mi cuerpo. Recuerdo la sensación de su mano bajo mis ropas descendiendo más y más, constante y firmemente. Recuerdo mi esperanza de que dejara de hacerlo, recuerdo que me quedé rígida y me estremecí cuando sus manos se acercaron a mis partes íntimas. Pero no se detuvo”.
En cuanto a George, el mayor de los hermanastros, Virginia relató uno de los -se presume- muchos episodios que sufrió. En su texto “Hyde Park Gate, 22″, develó: “Sí, las viejas damas de Kensington y de Belgravia jamás supieron que George Duckworth no solo era padre y madre, hermano y hermana para aquellas pobres chicas Stephen; era también su amante”.
El segundo intento de terminar con su vida, fue en 1913, cuando ingirió una dosis mortífera de veronal. Por aquel tiempo, su primera novela, “Fin de viaje”, estaba en manos de su editor. Su hermana Vanessa le escribió al amigo que tenían en común, Roger Fry: “Por favor, tenga mucho cuidado de no decirle a nadie que se preocupa por lo que la gente pensará de su novela, que parece ser la causa de su crisis”.
La novela «Orlando» fue definida por Borges como “una novela originalísima, sin duda, la más intensa de Virginia Woolf y una de las más singulares y desesperantes de la época”.
Las últimas cartas que dejó antes de morir y lo que escribió en su diario personal antes del suicidio
Antes de suicidarse, Virginia había dejado una carta sobre el mantel, dirigida a su marido, Leonard:
“Querido, estoy segura de que, de nuevo, me vuelvo loca. Creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a recuperarme en esta ocasión. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor. Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todo momento todo lo que uno puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta el momento en que sobrevino esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, lo sé. Te das cuenta, ni siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer. Cuanto quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte… que todo el mundo lo sabe. Si alguien podía salvarme, hubieras sido tú. No queda nada en mí más que la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo. No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido. V”.
Virginia Woolf dejó una carta dirigida a su esposo, Leonard Woolf, antes de morir.
También dejó una carta de despedida a su hermana mayor, Vanessa, que vivía en Brighton: “Siento que he ido demasiado lejos en esta ocasión para que pueda volver. Es lo mismo que la primera vez, todo el tiempo oigo voces, y sé que no puedo superar esto ahora”. Le pedía, además, que ayude a Leonard a superar su muerte y a seguir adelante. La carta terminaba con una contundente declaración: “He luchado contra esto, pero ya no puedo más”.
Hacía cuatro días que no escribía nada en su diario personal, que llevó durante 27 años y que fue publicado, parcialmente, por su esposo luego de su muerte, bajo el título “Diario de una escritora”. El libro tiene más de 400 páginas, con entradas que van desde 1918, cuando Virginia tenía 36 años, hasta 1941, año de su suicidio.
En la última entrada publicada, con fecha del 8 de marzo de ese año -20 días antes de su muerte-, contó que había tomado el té en Brighton, y observó el contraste entre las bonitas ropas a la moda de las señoras, y el atuendo de la camarera: “Observo la codicia. Observo mi propio abatimiento”, anotó, y resaltó una frase de Henry James: “Observar perpetuamente”. “Insisto en pasar este tiempo de la mejor manera. Caeré con mi bandera flameando”.
La fundadora de la Editorial Sur, Victoria Ocampo, que tuvo una amistad con la escritora, analizó en “Virginia Woolf en su diario” (publicado en 1982), esta última entrada. Explicó que la autora de “Orlando” se empeñaba en observar, en inventarse distracciones y programas “desesperadamente”. Es que lo escrito por Virginia aquel 8 de marzo continuaba: “¿Qué tal si comprara una entrada al Museo y fuera diariamente en bicicleta a leer historia? ¿Qué tal si eligiera una figura destacada y de cada época, y escribiera en torno? Lo esencial es estar ocupada”.
La escritora argentina repasó aquellas palabras. Señaló que Virginia se sentía acorralada por una idea fija, buscaba una salida: “Y ahora, con algún placer descubro que son las siete; tengo que hacer la comida”. La presa, escribe Ocampo, encuentra por fin ocupación y la hora de cocinar es una tregua bendita.
Virginia Woolf y Victoria Ocampo se conocieron en Londres, en 1934.
Sin embargo, Leonard Woolf, su esposo, reveló, años después, qué fue realmente lo último que escribió Virginia en su diario. Se trata de un texto que no incluyó en “Diario de una escritora”, y que reveló en 1969 en un libro al que tituló: “La muerte de Virginia Woolf”. Allí, las últimas palabras de su esposa, el 24 de marzo -cuatro días antes de su suicidio- daban cuenta del estado de su mente sus últimos días. “Una curiosa sensación de estar cerca del mar en el aire de hoy. Me recuerda unos asientos en un desfile de Pascua. Todo el mundo apoyándose en el viento, deshechos y silenciosos. Toda la pulpa extraída. Este rincón ventoso y Nessa (así llamaba cariñosamente a su hermana) está en Brighton, y estoy imaginando qué pasaría si pudiéramos comunicar las almas. La historia de Octavia. ¿La podría englobar en alguna parte? Juventud inglesa de 1900″.
Su esposo remarcó lo llamativo que es el hecho de que, apenas cuatro días antes de morir, Virginia estuviera planeando cómo darle vueltas a una historia -la de Octavia, una médica veterana con la que el matrimonio había entablado amistad- que quería plasmar en un futuro libro.
Leonard señaló que aquel 24 de marzo Virginia se encontraba ligeramente mejor. Sin embargo, dos días después, cayó en la cuenta de lo que, a esa altura, era irreversible: “Una depresión desesperada se había instalado en la mente de Virginia; sus pensamientos se disparaban más allá de su control; estaba horrorizada por la locura. Uno se daba cuenta de que, en cualquier momento, podía matarse”.
Monumento a Virginia Woolf en Richmond, Londres. (Toby Melville) (TOBY MELVILLE/)
El acecho de la invasión nazi durante la Segunda Guerra Mundial
Además de las tragedias y los traumas originados en la infancia que había vivido, Virginia también sufrió el terror y la amenaza de los bombardeos nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Entre 1940 y 1941, Hitler y Göring se habían propuesto destruir la Real Fuerza Aérea Británica con el objetivo de disipar el terreno para invadir Gran Bretaña. Durante este período, fueron atacadas 16 ciudades británicas, murieron 40 mil personas, y 2 millones de casas fueron destruidas.
Estos ataques aéreos tenían una especial amenaza para el matrimonio: de triunfar el ejército de Hitler en Inglaterra, Virginia y Leonard serían apresados. A ella, por su antifascismo -explícito en sus cartas personales y en ensayos como “Tres Guineas” y “Reflexiones sobre la paz durante una incursión aérea”-; a él, por ser un reconocido judío secular.
Temían a las bombas y a la amenaza de la invasión nazi, a pesar de que, para 1940, ya se habían acostumbrado al contexto bélico que les tocaba vivir. Tanto la casa de Tavistock Square (en la que el matrimonio vivió durante más de 15 años), como Mecklemburgh Square (donde estaba instalada la editorial) fueron totalmente destruidas por las bombas que eran arrojadas sobre la población civil de Londres.
Por ese motivo, se habían trasladado a Monks House en Rodmell, un pequeño pueblo del este de Sussex, situado en la orilla occidental del Río Ouse. Tratando de pensar fríamente, pero igualmente aterrados frente a la posibilidad de caer en manos de los nazis y terminar en sus campos de concentración, el matrimonio pactó matarse si invadían Gran Bretaña. “Discutimos calmadamente lo que íbamos a hacer si Hitler desembarcaba -escribió Leonard- Estuvimos de acuerdo en que, si la ocasión se presentaba, no habría razón para esperar: cerraríamos la puerta del garaje y nos suicidaríamos”.
Virginia confirma el plan varias veces en su diario. “Continuaré, pero ¿puedo? -escribe el 9 de junio de 1940- La presión de esta batalla acaba con Londres bastante rápido. Un día agotador. Como muestra de mi estado de ánimo actual, reflexiono: la capitulación significará la entrega de todos los judíos. Campos de concentración. Así que, a nuestro garaje”.
Virginia no vivió para ver que las botas nazis no llegaron nunca a pisar el suelo británico.
Por qué escribía Virginia Woolf
La respuesta a la pregunta sobre por qué escribía Virginia Woolf es, como casi siempre en cuestiones de este tipo, compleja. Victoria Ocampo, cuya admiración por la autora de “Un cuarto propio” era declarada, sostuvo que, entre otras cosas, Virginia se dedicaba arduamente a su escritura como había hecho su padre, Leslie Stephen.
“Trabajaba, como otros beben, para ahogar lo que sentía -dice la editora argentina sobre el señor Stephen- Buscaba en el trabajo un olvido, un refugio, una protección. Importa recordar esto, pues encontramos en Virginia ese mismo frenesí de trabajo hasta enfermarse, hasta el surmenage, hasta la locura, hasta el suicidio”.
Virginia Woolf fue una de las más destacadas figuras del modernismo anglosajón del siglo XX.
Para acercarse a una respuesta, sin embargo, conviene volver a las memorias autobiográficas de Virginia -esas que se negó a escribir durante largo tiempo y que solo plasmó en papel por pedido de su hermana Vanessa. Así, en “Apuntes del pasado”, explicó cómo encontraba en la escritura una forma de otorgarle raciocinio y perspectiva a los shocks emocionales que sufría repentinamente en base de distintas vivencias de su historia.
“A medida que uno crece, tiene mayor capacidad, a través de la razón, de proveer una explicación. Y esa explicación desdibuja la fuerza del golpe -escribe- A pesar de que todavía tengo la peculiaridad de recibir shocks repentinos, ahora son siempre bienvenidos. Después de la primera sorpresa, siempre siento que son particularmente valiosos. Y así paso a suponer que la capacidad de recibir estos impactos es lo que me hace una escritora”.
Virginia sentía que al poner en palabras aquello que la abatía lograba neutralizar su poder de herirla. “Y me da, quizás porque al hacerlo quito el dolor, un gran deleite unir las partes separadas -explica- Es el éxtasis que siento cuando, al escribir, parece que estoy descubriendo qué pertenece a qué, haciendo que una escena salga bien, que un personaje cobre sentido”.
De modo que el arte de escribir se transformó en una forma para volverse más fuerte, para mirar de frente a los demonios internos y externos que la acechaban, y combatir, a través de su pluma, aquellas desgracias que le había tocado vivir. De convertirlo todo en materia literaria, incluso su propia muerte.