Gustavo Weiss, Daniel Funes de Rioja, Mario Grinman, Adelmo Gabbi, Nicolás Pino, junto a Milei, Karina Milei, y Marcos Pereda, presidente del Cicyp y vice de la SRA, en una reunión de ese Consejo, el año pasado, en plena campaña presidencial
Vivimos en una sociedad que ha sacralizado el dinero y devaluado al ser humano. La consecuencia de la enorme concentración económica que transitamos desde el último golpe militar consiste en ver a la democracia prisionera del poder económico. El voto de la ciudadanía parece ser secundario frente al voto decisorio de los mercados. Y, tal vez, los ciudadanos también hayan votado en su mayoría a favor de los mercados confiando en que todo se derramará sobre ellos cual bendición divina. Así las cosas, una vez más nos invadieron los bancos y no fue casualidad la suspensión del crédito, lo que lleva al pequeño y mediano productor a quedar esclavo de la concentración.
Es cierto que el gobierno kirchnerista se sirvió de la administración pública para premiar a sus seguidores y, en esa dirección, multiplicó cargos, ministerios, secretarías, universidades, jubilaciones, generando un enorme aparato burocrático que terminó confrontando con aquellos que, en tanto obreros o ciudadanos, no lo integraban. De este modo, se generó la paradoja de que parte de las clases populares empezaran a percibir al Estado como un enemigo, a diferencia de lo que ocurría con el obrero que siempre lo sintió como su protector. ¿Y esto por qué? Porque entre los humildes, hay trabajadores que dejaron de ver con buenos ojos los planes, los subsidios, la ausencia de una contraprestación que ubicara a esos beneficiarios en un lugar de esfuerzo y compromiso dignos hacia la sociedad. Esta situación se prolongó durante mucho tiempo sin que las cifras de pobreza disminuyeran. Por el contrario, aumentaron, fueron negadas, y su enorme crecimiento se dio durante el macrismo; hoy, con Milei, llegan a proporciones inauditas.
El enfrentamiento a esa acumulación de cargos termina explicando el fenómeno Milei, en el que la denominada “casta”, es decir, la burocracia, quedó en minoría frente a la mayoría de los que estaban fuera de esa gran cobertura de injusticia que era el Estado. Se había roto lo principal, la relación entre el empeño y el logro. La viveza degradaba la lucha e imponía el valor de la corrupción, la prebenda o la dádiva por sobre el talento y el sacrificio.
Esa etapa nos fue entregando a la destrucción del tejido social, lo que nos da una sociedad con un pasado de fracaso sin nadie que lo asuma. Y el presente es sólo un alineamiento de ambiciones que se desnuda a través de las reiteradas subas del petróleo sobre el congelamiento de jubilaciones y salarios, entre otras disparatadas medidas. Esa sola imagen alcanza para tener claros el objetivo y el destino del Gobierno. De todos modos, siento respeto por las clases populares que lo votaron y piden que se le dé tiempo. Es muy difícil vivir sin esperanza, y el temor al retorno de un pasado reciente sigue siendo el principal sostén de la injusta distribución de la riqueza implementada por la dupla Milei-Caputo, sus redactores de leyes y decretos y los intereses económicos que los sostienen.
Cuando se menciona una y otra vez la corrupción del gobierno anterior, que es cierta, se olvida, al menos con mala fe, que la deuda externa contraída por el ex presidente Macri -sin explicación ni justificación de una medida que compromete seriamente nuestro futuro- , es más dañina que la corrupción inaceptable del kirchnerismo, cuyo basamento era la impunidad y el recurso a los Derechos Humanos, un refugio de sus limitaciones.
Ahora bien, en cuanto a los actuales despidos de empleados de la administración pública, admito que quizás haya más de los necesarios, pero su cesantía debe responder a un criterio ecuánime y ser asumida con el dolor que implica dejar a familias sin trabajo, y no como perverso disfrute de la imposición de esta nueva ideología liberalconservadora de achicamiento, sin que sus dañinas consecuencias importen. Milei y Caputo reformulan -invertida- aquella máxima de Terencio: “Nada de lo humano me es ajeno”. De lo humano, desconocen e ignoran todo. Si por Milei fuera, no habría reducción, sino eliminación lisa y llana del Estado, de ese defensor de la sociedad, de lo colectivo, desde el cual se expresa la política. Sin embargo, tengo la impresión de que ninguno de estos conceptos son relevantes para Milei, sus funcionarios y seguidores. Repasemos: estado, sociedad, lo colectivo, la política. Desprecian esa concepción y actúan sólo en la dirección de los mercados. Aceptemos, además, que una cosa es pensar en una administración pública eficiente porque solo el Estado defiende a la totalidad de los ciudadanos, y otra muy distinta es cuestionarlo y dejarlo prisionero de los grandes grupos económicos. Hay momentos, como el presente, en los que el poder de los inversores resulta más determinante de los rumbos del país que las necesidades del conjunto. Y eso es imperdonable.
Por otra parte, hay espacios de investigación, como el Conicet, que pueden ser perfeccionados, nunca cuestionados porque hacen a la esencia de nuestra sociedad. Que un gobierno se plantee mejorar áreas imprescindibles es coherente, que las cuestione en su existencia es irracional y no le sirve ni al Estado ni a la imagen de la ciencia que se proyecta en el mundo. Las investigaciones y descubrimientos científicos realizados por el Conicet -para poner solo un ejemplo de la insensata voluntad de destrucción cultural y artística de este gobierno- son parte de lo que más y mejor ha definido a nuestra identidad.
Obligar a millares de ciudadanos a comerse sus ahorros y además, bajar el valor del dólar solo expresa una profunda perversión. En este gobierno, el esfuerzo lo hacen los humildes, los asalariados, los jubilados, las clases medias. Los “brotes verdes” si se dieran -a similares ideologías, similares frases hechas- los recibirán los grandes grupos económicos, que, en algún momento, según su trillado relato, serán generosos en su derrame. La mejora es un espejismo.
El presente es una atrocidad. Pensemos, si no, en la política exterior -sin duda la peor de nuestra historia- que deja una imagen lastimosa de la Argentina en el mundo. Desconocimiento de China, México, Colombia -Milei calificó al presidente de Colombia Gustavo Petro de “asesino terrorista” y a Manuel López Obrador de “ignorante” en sendas entrevistas con la CNN- , Brasil, con cierta cautela, por dar solo algunos ejemplos de inconcebibles y preocupantes agravios y descalificaciones que, según la Canciller, no requieren de disculpa alguna. Hasta en lo peor de la dictadura, la Junta Militar mantenía relaciones comerciales con la ex Unión Soviética. Su desprestigio internacional se debía a las atrocidades cometidas por el terrorismo de Estado, no a una vinculación selectiva desde lo ideológico con otros países. El que ha logrado Milei hoy, fruto de sus absurdos y patéticos enunciados, corre el riesgo de llevar a la Argentina a un progresivo y lamentable aislamiento. Ante esta llamativa y reiterada denuncia, que apunta a Petro -guerrillero en su juventud-, queda claro que ofrecer la vida al servicio de una causa es mucho más digno que entregarla al servicio de un sistema económico o bancario. No se trata de que el señalamiento de Milei hacia el presidente colombiano merezca la autocrítica que la Canciller Mondino considera innecesaria, es tan solo una forma de asumir la propia indignidad. La impericia inherente a los improvisados, este vacío diplomático que padecemos, merecen unas cuantas reflexiones acerca del lugar que deseamos ocupar como nación en el mundo.