Los jugadores del Atlético de Madrid celebran el gol de Lino al Borussia Dortmund (EFE / Juanjo Martín).
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El nudo de una historia pierde peso si el final no es el esperado. Algo así le ocurrió al Atlético en el Metropolitano. Su sinfonía quedó a medias y terminó tocando madera, literalmente tras el cabezazo de Brandt, antes de sellar su mínima ventaja para Alemania. Suele ocurrir en las películas de héroes y villanos, que el plan de los malos va acabar frustrado porque los buenos tienen un as bajo la manga, pero los rojiblancos se quedaron sin cartas a diez minutos del final con el gol de Haller y casi sin montante ganado después del mencionado poste de Brandt y el de Bynoe-Gittens. Antes, De Paul y Lino, eléctricos, habían descargado al Dortmund.
La cosa iba de intensidad en el Metropolitano. Ya lo barruntaba Simeone. “De los ocho equipos que estamos en Champions, el Borussia es el más intenso”, diagnosticaba el Cholo, doctor y medicamento al mismo tiempo, porque mientras avisaba de la amenaza alemana, era consciente del fármaco que debían tomar los suyos: responder con la misma medicina. Su equipo, ese que tantas veces ha salido a verlas venir en las primeras partes, compareció sobre el verde hecho una furia. Desatados, sin escatimar carrera alguna, convencidos de que igualar el ritmo teutón era el camino más rápido a hacia la ventaja en la eliminatoria.
El coliseo rojiblanco fue un horno en el que los de Terzic se presentaron sin el traje ignífugo puesto. Con Hummels para repeler, Sabitzer y Emre Can a los mandos, Sancho y Adeyemi la velocidad y Füllkrug el remate. Aunque para más inri, Maatsen le echó gasolina al partido al dormirse tras recibir de Kobel, meta menos goleado de la Champions hasta que confirmó su asistencia en el Metropolitano. De Paul se anticipó y definió a placer. Se acababa la resistencia del suizo. No lo hacía el temblor de las butacas de los aficionados, que se movían al son que marcaban las piernas. El ‘dale, dale, que alguna cae’ de Simeone se apoderó de los suyos, que no cesaron su empuje inicial.
Witsel se descolgaba en su saque de esquina para rematar de espuela, ahí sí, apareció Kobel. Morata percutía a la espalda de los centrales, sin incurrir en fuera de juego, aunque errando el mano a mano. Ya saben, un clásico a medias, una premonición de lo que vendría. Aunque ese instante el partido era un tobogán hacia el meta suizo y el Atlético ese niño que desea dejarse caer. Enfiló la rampa y Lino no erró pase magistral de Griezmann mediante. El Borussia tenía la posesión, pero no la razón.
Terzic debía cambiar algo para, al menos, inquietar a Oblak y ese algo tenía nombres y apellidos: Julian Brandt, el mayor asistente y tercer máximo goleador del Dortmund, casi nada. Su presencia se notó de inmediato. Más ritmo, más precisión y, sobre todo, más sentido en la circulación alemana. No obstante, este juego no va de merecimientos, sino de hechos y seguían cayendo del lado colchonero. De nuevo Lino, de nuevo a pase de Griezmann, pero Kobel taponó todo lo que pudo.
La del Atlético no fue la única muda, la Champions también modificó su vestuario. Esa competición que establece en Madrid su depósito de sensaciones encontradas, exitosa en el lado blanco y plagada de sinsabores en el rojiblanco, revertió su cara, aunque con guion similar. La historia acabó con Brandt haciendo temblar el poste de Oblak.
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