La población de Chad está llamada este lunes para votar en las primeras elecciones presidenciales que se celebran en la era de las juntas militares en el Sahel y tras una campaña marcada por la muerte del opositor Yaya Dillo en un asalto policial y con el líder del país, Mahamat Idriss Déby, como favorito.
La Agencia Nacional de Gestión de Elecciones (ANGE) ha señalado que las urnas estarán abiertas desde las 6.00 horas (hora local) hasta las 17.00 horas, y ha asegurado haber tomado las medidas necesarias para «permitir que la votación se desarrolle sin contratiempos, de conformidad con los requisitos legales», y ante más de un centenar de observadores nacionales e internacionales.
«Electores, en este momento de un nuevo punto de inflexión en nuestro proceso democrático y, más en general, en la historia de nuestro país, les instamos una vez más a que demuestren un sentido ejemplar de responsabilidad cívica, acudiendo en masa a ejercer su derecho a voto», reza un comunicado del organismo.
La historia reciente de Chad sirve de prolegómeno a la serie de golpes de Estado que han sacudido durante los últimos años a los países de la región africana de Sahel y que en el caso chadiano se trató más bien de una sucesión militarizada, de caracter forzoso y sin comicios de por medio: la que tuvo lugar en abril de 2021, con la muerte de Idriss Déby en medio de combates con las milicias del Frente para la Alternancia y la Concordia (FACT) y la asunción automática de su hijo, Mahamat Idriss Déby.
Lo ocurrido en abril de 2021 en Chad fue la avanzadilla de una ola de asonadas en el cinturón centroafricano. A lo largo de los dos años siguientes vendrían Malí, Burkina Faso, Guinea, Níger y Gabón, países todos ellos en manos de juntas militares que han aplazado de una forma y otra el proceso de restauración a una democracia civil para dedicar en su lugar sus esfuerzos, coinciden todos sus líderes, a la estabilización de la seguridad regional y a la creación de una nueva realidad alejada de las potencias occidentales, como quiere demostrar la asociación militar defensiva conocida como la Alianza de Estados del Sahel (AES) firmada en septiembre del año pasado por los líderes burkinés, nigerino y maliense.
En medio de este clima externo, los chadianos comenzarán a elegir en la primera vuelta del lunes si legitiman definitivamente en el poder a su «presidente de transición» quien, a sus 40 años, comparece a los comicios como heredero de un sistema político construido a mayor gloria de su padre, máxima autoridad indiscutible del país desde el golpe de Estado que perpetró en 1990 contra el dictador Hissène Habré hasta su muerte por los disparos del FACT que recibió en el frente de Mele, en el norte del país.
Las autoridades chadianas han intentado enmarcar las elecciones como la primera transferencia política de poder desde la independencia de Francia en 1960, la exitosa representación en las urnas del ‘Diálogo Nacional Inclusivo y Soberano’ impulsado por Idriss Déby con grupos de la sociedad civil e incluso parte de la oposición armada, y la culminación del proceso político que en diciembre del año pasado conoció uno de sus puntos álgidos con la declaración de una nueva Constitución que terminó de cimentar la centralización de un país donde hay más de 200 grupos étnicos.
La oposición chadiana tiene una versión radicalmente distinta de los acontecimientos desde la sucesión. Para los críticos de Mahamat Idriss Déby, el presidente de transición ha aprovechado estos meses para terminar de aniquilar cualquier atisbo de disidencia. Su última maniobra fue la de incorporar al Gobierno a que era hasta entonces uno de sus principales contrarios, el ahora primer ministro Succes Masra. Ambos se verán las caras en estas elecciones en lo que otro de los candidatos más destacados, el ex primer ministro Albert Pahimi Padacke, describe como una farsa y una traición a las víctimas de la ola de violencia que sacudió el país en octubre de 2022.
VIOLENCIA POLÍTICA
Ese mes murieron al menos 50 personas y decenas más resultaron heridas, según la oposición por la intervención de las fuerzas de seguridad chadianas contra las concentraciones opositoras celebradas en la capital del país, Yamena, para exigir la celebración inmediata de elecciones –Idriss Déby había anunciado poco antes un aplazamiento–. La coalición de organizaciones de la sociedad civil Wakit Tamma, contraria al mandatario, acabó temporalmente disuelta.
La represión contra los manifestantes fue uno de los casi 270 incidentes de violencia política que han sacudido el país desde la muerte de Idriss Déby y que han dejado 1.025 fallecidos hasta marzo de este año, según los datos de la ONG del Proyecto de Datos de Eventos y Ubicación de Conflictos Armados (ACLED); una violencia que comprende enfrentamientos intercomunitarios (como los combates entre grupos árabes y tama), a milicias rebeldes como FACT y a organizaciones yihadistas como Boko Haram.
A pesar de los esfuerzos de las autoridades para distinguir el país dentro del cinturón golpista del Sahel, Chad sigue siendo un hervidero de violencia política, como demuestra la muerte en febrero del líder del Partido Socialista sin Fronteras (PSF) y destacado opositor Yaya Dillo durante un asalto policial a la sede de su formación en la capital.
Las autoridades, que acusaron a Dillo de atentar contra la seguridad del Estado, están investigando todavía lo ocurrido pero ONG internacionales como Human Rights Watch exigen pesquisas independientes y, preferiblemente, por organismos internacionales al sospechar que Dillo fue ejecutado sumariamente de un disparo en la cabeza. Otros opositores, como Nasur Ibrahim Neguy Koursami y Rajis Ahmat Saleh, vieron a finales de marzo cómo el Tribunal Constitucional anulaba sus candidaturas por «irregularidades de forma».
Con el respaldo de los más de 200 partidos y más de 1.000 organizaciones que conforman su alianza, la Coalición por un Chad Unido, y un sistema entero a su favor, Idriss Déby podría incluso ganar los comicios sin necesidad de una segunda vuelta (que tendría lugar el 22 de junio) y comenzar a defender su promesa de estabilidad frente al caos que lleva dominando desde hace años uno de los países más pobres de África en circunstancias excepcionalmente tumultuosas (cabe recordar que Chad es además vecino de Sudán, escenario de una cruenta guerra y nuevo hogar de cientos de miles de refugiados del conflicto) y rodeado de juntas que tienen todavía pendiente la adopción de estos derroteros democráticos.