Orlando Barría
Puerto Príncipe, 7 jun (EFE).- En la Cocina Central del Programa Mundial de Alimentos (PMA) en la capital de Haití decenas de personas trabajan a contrarreloj para combatir el hambre: unas cortan víveres, otras cocinan en enormes ollas, algunas cargan bandejas en vehículos para entregarlas en los campamentos donde miles de familias esperan ese plato de comida, a veces el único del día.
Uno de esos albergues es el Colegio Isidor Jean Louis, en el centro de Puerto Príncipe, que acoge a 600 personas refugiadas desde hace meses tras abandonar sus hogares debido a la violencia de las bandas armadas. Allí EFE acompaña al PMA.
Una de las alojadas en ese albergue es Elva Senfró, de 85 años. Está allí desde hace meses después de huir del barrio de la mano de su hijo en medio de un cruel ataque de las pandillas.
«La pandilla estaba atacando el barrio, quemando las casas, y mi hijo me sacó corriendo del lugar y me trajo a la escuela, donde vivo desde hace 5 meses (…) Quisiera comer algo todos los días, pero no es así, sólo es posible cuando me traen algo», relata a EFE esta anciana.
En Haití, cerca de 5 millones de personas (casi la mitad de la población) se enfrentan a inseguridad alimentaria aguda y, de ellas, 1,64 millones afrontan niveles de «emergencia», de acuerdo con los datos que maneja el PMA. Son las tasas más altas desde el terremoto de 2010, que causó unas 300.000 muertes.
En los últimos años, Haití ha experimentado un aumento constante del hambre, y la prevalencia de la inseguridad alimentaria aguda pasó del 35 % en 2019 a casi el 50 % en 2024.
Algo en lo que insiste en declaraciones a EFE el director del PMA en Haití, Jean-Martin Bauer: «Hay 5 millones de personas que tienen dificultad para conseguir comida. Es gente que no sabe qué va a comer mañana, que no tiene dinero para saber si va a comer al día siguiente».
Entre las zonas más afectadas se encuentra el valle de Artibonite, considerado el granero del país y donde grupos armados se han apoderado de tierras agrícolas y han robado cosechas.
También son motivo de preocupación el departamento del Oeste, las zonas rurales del sur y varios barrios pobres de la capital, como Croix des Bouquets y Cité Soleil, con importantes focos de hambre.
«Artibonite es una zona que producía mucha comida para el país y ahora ellos mismos no tienen para comer, debido a la violencia», explica Bauer, quien estima que hay 3.000 productores que no pueden cultivar la tierra y la abandonaron debido a la violencia de las bandas.
Cerca de las dos de la tarde llega al Colegio Isidor Jean Louis el personal del Centro de Animación Campesina y Acción Comunitaria (CAPAC), una de las organizaciones locales con las que trabaja el PMA.
Es un operativo que realizan a diario: rápidamente unos recorren el colegio y llevan la comida a una sala del segundo piso, mientras otros organizan a los refugiados para proceder al reparto del almuerzo.
Los más pequeños encabezan la fila, y a ellos les siguen ancianos y mujeres embarazadas. Reciben una bandeja de arroz con pescado y una botella de agua.
El resto de personas de mediana edad, entre empujones y discusiones, tardan un buen rato en organizarse para entrar a la sala. Cuando el alimento ya está en sus manos, cada uno se va al lugar del colegio donde reside y come en silencio, disfrutando cada bocado.
«La población quiere seguridad. La gente que va a la iglesia con los niños, que va a la escuela, que va al mercado, tiene miedo y está saliendo poco porque no quiere que le secuestren en la calle. La población no merece eso, merece una vida mejor», afirma Bauer.
Y agrega: «A quienes trabajamos en el tema humanitario nos gustaría ver libertad de movimiento en la calle. Si hay tanta hambre, es porque los productores no pueden llegar a vender a la capital. Queremos ver a los productores salir del Artibonite y entrar a la capital a vender sus productos. Que traigan buena comida a los mercados. Ese es el tema más importante para el sistema alimentario». EFE
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